Mundo joya

Orígenes de la Ornamentación Humana

Desde tiempos inmemoriales, y con diferentes intenciones, el hombre ha sentido la necesidad de adornar su cuerpo. Hablar de los orígenes de la ornamentación es hablar del propio origen del ser humano. El estudio de la historia de la ornamentación humana constituye un valioso instrumento para reconstruir la propia historia del hombre a través de sus costumbres, tradiciones y creencias; de sus conocimientos tecnológicos y de sus gustos estéticos. Los adornos y ornamentos son signos que comunican, instrumentos que tienen una función en si mismos y que poseen un fin determinado.


La Prehistoria

En el paleolítico la representación pictórica perseguía un efecto más mágico que estético, tenía por objetivo la mera escenificación del acontecimiento, de un hecho que inevitablemente iba a suceder.

El artista del paleolítico era cazador y el arte era para él una técnica mágica de caza; no diferenciaba entre realidad y ficción, entre cazar y pintar, la única intención era asegurar la continuidad de su subsistencia diaria.

El conocimiento humano tiende a clasificar y agrupar los efectos y las causas en conceptos de similitud, a transformar situaciones y provocar efectos por la vía mimética de la representación. No es de extrañar, pues, que los objetos que el artista paleolítico utilizara para adornarse tuvieran un carácter mágico y estuvieran relacionados con sus funciones. De este modo, por ejemplo, las conchas, por su relación simbólica con lo femenino y la fertilidad, eran objetos utilizados para asegurar el embarazo y preservar la continuidad de la especie.

Otros objetos, como dientes y plumas se utilizaban para conferir a su portador fuerza y energía. Sólo desde la certeza de su función, se puede entender que a estos objetos se les diera un valor, incluso de intercambio, que les otorga la categoría de objetos preciados, de objetos preciosos.

En el neolítico, con el dominio de la agricultura y la ganadería, tienen lugar los primeros asentamientos humanos, los excedentes, el intercambio de productos y el comercio; y es a partir de entonces que es posible dedicar cierto tiempo a otras que no sea la propia supervivencia diaria. Con la aparición de los primeros indicios de sociedad e interrelación entre los distintos grupos, se produce una especialización de la producción y cierta jerarquización de la actividad, especialmente la organización del trabajo. Aparecen las clases sociales y también los oficios, entre ellos la primera joyería. La organización social dejaba entrever ciertas necesidades, que anteriormente no eran contempladas, como los aspectos psicológicos y morales, la confrontación del individuo con la colectividad o lo que atañe a la propia intimidad.

La organización y socialización provocó un cambio de valores con relación al paleolítico; los ritos y los cultos sustituyeron la magia espontánea. El cazador recolector del paleolítico no razonaba su existencia fuera de la cotidianidad; en cambio, el agricultor, ganadero o productor del neolítico siente múltiples posibilidades con relación a su destino y cree que éste depende de fuerzas inteligentes y superiores. Aparece el culto al sol y a la luna, surge la de lo desconocido y sobrenatural; es tiempo del animismo y de la creencia en un alma inmortal.

Durante el neolítico se establecen las bases técnicas, socioeconómicas y religiosas de lo que conocemos como época histórica y que abarca desde las primeras civilizaciones hasta nuestra contemporaneidad. Las joyas han sido testigo de excepción de este periodo de tiempo marcado por la evolución y los cambios permanentes.


Joyas: Único patrimonio de la mujer en las Sociedades Tribales

Las joyas se entregan en herencia de madres a hijas, se obtienen como regalo de boda o se adquieren a lo largo de la vida. En el caso de que la mujer enviude o sea repudiada, el único bien que puede conservar del patrimonio familiar son sus joyas.

A lo largo de la historia la mujer ha sido desfavorecida en posesiones materiales con respecto al hombre. Mientras que éste, generalmente, es el dueño de todos los bienes familiares (tierra, ganado, casa) la mujer sólo posee como único bien personal sus joyas.

El cuerpo de la mujer ha estado permanentemente sujeto al propio afán de adorno corporal, expresado como la necesidad de comunicar su riqueza y prestigio.

Existen joyas que, por su volumen y peso, pueden ser un auténtico tormento para llevarlas. Por ejemplo, los collares de anillos que llevan las mujeres jirafa de Birmania, que distienden los ligamentos del cuello y provocan importantes atrofias musculares, o las tobilleras de latón, llamadas jabo, de las mujeres nómadas wodaabe de Nigeria, que se transmiten de madres a hijas y que conservarán puestas hasta el nacimiento de su primer hijo.

Estas tobilleras se llevan para atraer la mirada masculina, y su peso obliga a balancear las caderas al desplazarse, añadiendo de este modo un elemento de seducción. Dentro de las piezas más pesadas están las tobilleras que llevaron hace tiempo las mujeres kru de Liberia, que llegaban a pesar 6 kilos cada una. Elementos tradicionales de su dote y símbolo de su posición social, las mujeres las llevaban a menudo hasta la muerte, y no podían quitárselas sin la ayuda de un herrero. A estas piezas les adjudicaban, también, poderes para alejar los malos espíritus escondidos en el suelo.

A mediados del siglo XX el gobierno de Liberia prohibió su uso alegando que hacían aparecer a las mujeres como esclavas. Ellas sustituyeron esta tobilleras por otras más ligeras y movibles. El hecho de encontrar estas piezas tan voluminosas en los pueblos nómadas responde, además, a que no existía el dinero, por lo que se utilizaban las joyas como moneda de pago.


Tormento, carnet de identidad y talismán

Las joyas sirven de carnet de identidad de la persona que las posee, indica la filiación tribal y establece la etapa de la vida en que se encuentra su dueña. Así, por ejemplo, existe un tipo de collares que se los ponen sólo las niñas pequeñas, otro las jóvenes casaderas, y otros para las casadas, las que han tenido un hijo o las que son viudas.

La decoración de la mujer con sus joyas juega un papel decisivo a lo largo de su vida, y además de ser un bien material que refleja el estatus y el poder de la familia a la que pertenece, en muchos casos también tiene un valor de talismán, actuando como escudo tanto físico como psicológico.

Las mujeres en Etiopía llevan amuletos telsum que las protegen del mal de ojo o del poder de la luna creciente; las turcomanas tekke llevan piezas con incrustaciones de ágata cornalina que sirven para protegerlas de hemorragias y las previene de posibles abortos. Existen incluso collares de simbología fálica que llevan las etíopes para favorecer la fertilidad.


Creencias atávicas

En las zonas en que ha habido un fuerte influencia del Islam, la plata ha sido tradicionalmente preferida al oro, ya que los musulmanes creen que la plata es pura y propiciatoria.

Las mujeres bereberes creen que la combinación de ciertas piedras y la plata puede ser particularmente benéfica: adornada con topacio protege de la envidia, con esmeralda protege de la mordedura de serpiente, y con rubíes es beneficiosa para el corazón.

Los artesanos que realizan las joyas de las mujeres bereberes son especialistas en la filigrana y el esmalte, técnicas que parece ser que llevaron desde España los artesanos judíos emigrados.